Por Evandro Menezes de Carvalho La decisión de Donald Trump de imponer aranceles adicionales del 50 por ciento sobre todas las exportaciones de Brasil hacia Estados Unidos, a partir del 1 de agosto, sorprendió negativamente a la opinión pública brasileña por la forma y las motivaciones expuestas por el propio presidente estadounidense. Trump ha dado varias señales de que los protocolos diplomáticos son una pérdida de tiempo. Él cree realmente en la persuasión mediante el uso de la fuerza. El presidente estadounidense no tiene la paciencia de un diplomático versado en el arte de la negociación entre países soberanos, aunque sea para mantener las apariencias. Trump parece ser de aquellos que no tienen la paciencia de esperar al invitado extranjero para su cena, de darle la bienvenida, acomodarlo a la mesa y esperar a que los platos sean servidos, brindando, antes, por la presencia de su ilustre invitado. Demasiadas florituras. Pero en las relaciones internacionales que se pretenden pacíficas y duraderas, aunque el asunto de la cena pueda ser relativamente indigesto, hay que tratar al invitado con el respeto debido y con la esperanza de que regrese a su país mínimamente satisfecho. O que, al menos, no se despida como un nuevo enemigo. Este método de negociación de Trump es antipático e irrespetuoso. Además, la medida anunciada por él contra Brasil no tiene ninguna justificación desde el punto de vista de la balanza comercial. El año pasado, los Estados Unidos tuvieron un superávit de 2.000 millones de dólares. Actualmente, el déficit comercial de Brasil con los Estados Unidos ya supera los 3.000 millones de dólares. Añádase, además, el hecho de que las estadísticas del propio Gobierno de los Estados Unidos, como dijo Lula, “comprueban un superávit de ese país en el comercio de bienes y servicios con Brasil del orden de 410 mil millones de dólares a lo largo de los últimos 15 años”. Siendo así, la declaración de Trump de que la relación de los EE. UU. con Brasil “ha estado lejos de ser recíproca” suena más como una provocación que como una declaración digna de crédito. ¿Por qué, entonces, aumentar los aranceles de los productos brasileños y de manera uniforme y sin criterio? Porque la medida de Trump nada tiene que ver con el comercio bilateral. Tiene que ver, primeramente, con las decisiones e investigaciones del Supremo Tribunal Federal (STF) sobre la financiación de actos antidemocráticos, ataques al sistema electoral y a las campañas de desinformación patrocinadas por la extrema derecha. El STF ha exigido que plataformas como X (ex-Twitter), YouTube, Meta y Telegram cumplan órdenes judiciales para retirar contenidos ilegales del aire, identificar a usuarios que promuevan golpes o atenten contra la Constitución Federal brasileña y bloquear perfiles reincidentes en desinformación. Eso irrita a las grandes tecnológicas que prefieren operar con poca o ninguna regulación en los países en desarrollo donde suelen resistirse al cumplimiento de decisiones judiciales locales. Y también irrita a Trump. Al final, todo el movimiento de extrema derecha en el mundo depende de redes sociales desreguladas para diseminar su proyecto de poder haciendo un uso amplio de fake-news o noticias falsas. Para Trump y la extrema derecha global, lo que acontece en Brasil sirve como espejo o laboratorio. El hecho de que el expresidente de Brasil Jair Bolsonaro esté siendo investigado, condenado e inelegible, con bases en decisiones judiciales -especialmente por atacar el sistema electoral- levanta una alerta simbólica para Trump y sus aliados. Algo así como “si eso ocurrió a Bolsonaro, te puede pasar también”. Por eso, atacar al STF brasileño es, para la extrema-derecha, una forma de reforzar la narrativa de que hay un supuesto “complot global judicial” contra la nueva derecha populista. Por último, el segundo motivo de Trump para gravar las exportaciones de Brasil con el 50 por ciento reside en el hecho de que Lula, además de ser favorable a la regulación de los gigantes tecnológicos, ha engrosado el coro de los líderes internacionales que defienden la reducción de la dependencia del dólar. Lula hizo estas declaraciones durante la XVII Cumbre de los BRICS que, actualmente, poseen un PIB en paridad del poder de compra ya superior al de los países del G7. Tal agenda de política externa, si es llevada adelante por los países BRICS, es considerada una amenaza vital para la hegemonía de los Estados Unidos en el mundo. Trump inició la guerra comercial contra Brasil. Pero sospecho que, con la medida anunciada, el presidente americano quiere, más que castigar a Brasil, testear a Lula y saber qué tipo de liderazgo político ejerce en Brasil. Esto es, si Lula tendrá continencia hacia Estados Unidos (como hizo otrora Jair Bolsonaro), o si será un líder que se hace respetar y está al servicio exclusivamente del pueblo brasileño. En el caso de Lula, la segunda opción es la respuesta correcta. No hay dudas. Esto Trump ya debería saberlo. Pero ¿qué esperar de él cuando pregunta al presidente Joseph Boakai, de Liberia, dónde él aprendió a hablar tan bien, sin haber sido informado que aquel era el idioma oficial del país de su ilustre convidado? Fin Evandro Menezes de Carvalho es profesor de derecho internacional de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y de la fundación Getulio Vargas (FGV), Brasil. (Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las posiciones de la Agencia de Noticias Xinhua).
(Voces del Sur) Opinión de invitado: Ante la amenaza de Estados Unidos de imponer más aranceles, Brasil dice no
